Póngame un café y la revolución

Hoy, La Vuelta la ha ganado Palestina

La última etapa de La Vuelta termina hoy con una sensación amarga: una gran competición deportiva se ha convertido, otra vez, en escenario de blanqueo de un estado genocida. Lo que se reclama desde meses atrás era sencillo y claro para muchas personas: que no participara un Estado que está siendo señalado por crímenes de guerra. La organización no tomó esa vía y siguió adelante, a partir de ahí, la protesta se ha convertido en la única salida para quien considera que algunos gestos deportivos no pueden separarse de la responsabilidad moral.

Día tras día la solidaridad con Palestina ha acompañado cada etapa. Hemos visto manifestaciones en todos los rincones de España. Hemos visto cómo se interrumpió la carrera, cómo miles de voces se congregaron en las calles para recordar que el deporte no existe en el vacío. Ahora mismo, mientras escribo, la televisión muestra una marea humana cortando las calles de Madrid para que La Vuelta no pueda celebrarse como si nada ocurriera. Esa imagen lo dice todo, para mucha gente, permitir que Israel participe en actos internacionales es una forma de normalizar lo intolerable.

Sé que habrá quien piense: “¿Y los deportistas? ¿Qué culpa tienen?”. Lo entiendo y lo respeto: ciclistas, mecánicos, directores y seguidores viven para estas pruebas, se entrenan y se esfuerzan todo el año. Nuestro gesto no es un ataque al sacrificio individual, sino una demanda dirigida a las estructuras que permiten o amparan la convivencia pública con políticas que muchos consideramos inaceptables. Exigir la exclusión de un equipo es, en este contexto, exigir coherencia moral a las organizaciones que gobiernan el deporte.

Si hubo una actuación evidente que podría haberse evitado, fue ésta: no permitir que la competición sea plataforma de normalización de un genocidio. Cuando una entidad o persona hace declaraciones que avalan la violencia masiva contra civiles, las organizaciones internacionales han mostrado en otras ocasiones que pueden y deben actuar. Pensemos en precedentes, a Rusia se le aplicaron sanciones deportivas y diplomáticas en distintos ámbitos. ¿Por qué, entonces, aplicamos dobles raseros? ¿Por qué hay quien considera inconcebible aislar a unos y completamente aceptable blanquear a otros? Esas preguntas deben formularse en voz alta.

La protesta se está volviendo internacional y multisectorial, ya hay voces que piden medidas en otros ámbitos, desde festivales y patrocinios hasta Eurovisión. No es una campaña contra personas concretas, sino contra la impunidad simbólica y mediática. Si empresas, patrocinadores y organizaciones culturales siguen financiando y mostrando normalidad hacia quien perpetra o ampara un genocidio, su silencio se convierte en cómplice.

No se trata de odio ni de venganzas, se trata de dignidad y de coherencia. No podemos permitir que la maquinaria cultural y deportiva continúe funcionando como si fuese ajena a lo que ocurre en otras partes del mundo. Expulsar a quienes legitiman la violencia no es violencia contra el deporte, es poner límites a la normalización del horror.

Hoy me siento orgullosa de la solidaridad que nos ha unido. Hoy nuestras voces han derrotado, aunque sea simbólicamente, la idea de que todo vale con tal de “seguir compitiendo”. Nuestra obligación es seguir gritando que Palestina será libre, que la justicia internacional debe pesar más que los intereses de visibilidad y marketing, y que no vamos a permitir que se blanquee a los genocidas con medallas, banderas o retransmisiones.

Palestina será libre, Palestina vencerá.

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Comments
  1. Bettie — Sep 16, 2025:

    Fue emocionante ver el poder que tiene la gente organizándose. A veces se nos olvida.

    Supongo que por eso el sistema se preocupa mucho de mantenernos ocupadas...

    Un abrazo