Póngame un café y la revolución

Entre KPIs y gatos el precio de ser siempre eficiente

Son las 7 de la mañana. Todavía no me he levantado, y ya siento que voy tarde: debería haber hecho yoga, leído 20 páginas de un libro de autoayuda, planificado mi día en Notion y haber publicado en LinkedIn que soy un alma productiva. Pero yo lo único que he hecho ha sido abrir los ojos, pensar en ducharme y recordar las pocas ganas que tengo de trabajar. A veces ni eso, simplemente me quedo mirando el techo, dudando de si tengo que ser una persona eficiente desde el minuto cero del día, pero después me llega el arrepentimiento.

Porque esa es la realidad: hoy en día, si no eres productivo, o al menos lo pareces, no vales nada. Se nos ha vendido la idea de que la utilidad personal se mide en tareas completadas, y que el descanso solo sirve si es un medio para trabajar mejor después. Todo debe rendir. Todo debe ser optimizado.

Hemos convertido nuestras 24h del día en una obsesión por medirlo todo. Medimos los pasos, las horas de sueño, usamos el pomodoro para concentrarnos, llevamos bullet journals para tachar nuestras tareas diarias y realizar la planificación de aquí a 3 meses, como si pudiéramos prever el caos humano en hojas. Yo he sido una de esas personas con la libreta hasta arriba de tareas urgentes y objetivos brillantes que parecían salvar al proyecto, pero con el tiempo me he preguntado: ¿para qué? Me vendieron la idea de que si no producía no era útil. ¿Pero qué significa ser útil? ¿A quién estamos sirviendo, a nosotros mismos o a una maquinaria invisible que nunca se detiene?

Que levante la mano quien tenga una app que le regañe si no bebe la suficiente agua. O quien se haya puesto retos anuales de lectura y los haya convertido en un Excel de KPIs literarios. O quien, para alcanzar los 10.000 pasos diarios, se haya puesto a dar vueltas por el salón como si fuera un hámster en su rueda. Nos obsesiona tanto rellenar las barras de progreso de las aplicaciones que olvidamos lo más básico: vivir. Y no vivir para mostrarlo en una gráfica, sino para disfrutarlo.

Y luego llega el teletrabajo. Ese supuesto paraíso de libertad que en la práctica es un examen constante. Te quedas sin nada que hacer, miras al techo, y en lugar de disfrutar del lujo de no tener tareas, sientes culpa. Yo misma he terminado limpiando la casa solo para justificarme: “al menos estoy haciendo algo”. Hemos normalizado que tirarse en el sofá viendo vídeos de gatos es pecado capital, cuando en realidad debería considerarse terapia.

Ese agotamiento que acumulamos, esa sensación de que siempre falta algo por hacer, la hemos convertido en una medalla de honor. “Estoy reventada, pero he sido productiva”. Como si el cansancio extremo fuera motivo de orgullo y no una señal de que algo estamos haciendo mal. Tener tiempo libre no es un fracaso: es un derecho. Y vaguear de vez en cuando, lejos de ser pérdida de tiempo, es un acto de salud mental.

Al final, la productividad es el nuevo gimnasio: pagas con tu energía, vas porque toca y sales cansado. Lo único que realmente deberíamos entrenar es el arte de perder el tiempo sin sentir culpa. Tal vez ahí esté la verdadera utilidad: en reaprender a ser personas y no robots con agenda.

Nota final: Mientras escribía este texto, tenía abierto de fondo un curso en Udemy sobre cómo convertirme en una gran manager. Lo puse a x2 de velocidad, no porque lo escuchara, sino porque sonaba al típico tostón impuesto por managers que confunden liderar con soltar powerpoints. Al final, ser un buen líder no se aprende en un vídeo: se aprende en el día a día, con personas reales. Entre tanto, yo miraba al techo y pensaba en qué escribir. Supongo que eso también cuenta como gestión del tiempo y ser multitasking.

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Comments
  1. Jodida pero no sorprendida — Sep 3, 2025:

    Echo de menos tener el tiempo para no ser productiva y acaba de empezar septiembre. Qué te voy a decir