Póngame un café y la revolución

Cine, libros y conciertos: la inflación cultural que vacía los bolsillos

Después de la resaca de la Seminci, la Fiesta del Cine y el Día de las Librerías, me dio por pensar: por cuatro duros había podido ver tres películas esos días… y eso que el Día de las Librerías ni lo aproveché, porque tampoco era para tanto. Ya me había pasado por una librería de segunda mano unos días antes, a curiosear entre estanterías, y algo pesqué.

Ya hacía mucho que no pisaba un cine. La última vez que pagué una entrada costaba sobre los 8 €. Ahora me dicen que está muchísimo más cara, y que ni se te ocurra comprar comida allí dentro: otra batalla más creada por las grandes empresas del cine, donde en algunos no te dejan acceder ni con una botella de agua. Lo mismo con los libros: cualquier novela ya te cuesta tranquilamente 21 €, por muy pocas páginas que tenga. No quiero mencionar unas entradas a un concierto, donde muchos y muchas artistas ya no se bajan de los 40 €.

En un grupo de WhatsApp en el que estoy, de gente que busca a otra gente para ir a conciertos, alguien mencionaba que este año se había gastado unos 500 € en conciertos y festivales. Para mí eso era una locura, pero ¿quién soy yo para decirle nada si a ella le apasiona la música en directo? Ese día me di cuenta de que estamos construyendo un nuevo arquetipo: la persona viejoven precaria que trabaja para pagarse festivales.

No os riáis, porque ahora, en nuestra generación, se han puesto de moda los tardeos. Esos eventos que te cuestan 5 o 10 € por entrar a escuchar a un o una DJ que no conoce ni su madre, y dentro del garito te clavan 4 € por una botella de agua o 4,5 € por un tercio. Ni se te ocurra pedir una copa: que sí, que vale 8 €, pero también te garantizo un agujero estomacal con el alcohol de pésima calidad que te están sirviendo. True story todo esto, lo he vivido. Soy una maldita viejoven que ha empezado a ir a tardeos.

Y aquí viene mi duda: ¿la cultura, que tendría que ser accesible a toda la sociedad, está siendo víctima de la inflación hasta el punto de que tendremos que dejar de comer para poder leer? Ya sé que exagero. Aunque, menos mal que llegaron los eBooks, pero madre mía, 10 € por un archivo que nunca vas a poder abrir y esnifar su olor a papel nuevo como si fuera la nueva droga de nuestra generación. Eso sí, al menos algunas dejaremos de acumular libros en las estanterías que no leeremos hasta dentro de cinco años como muy pronto.

Queremos una sociedad con acceso real a la cultura. Queremos que nuestra juventud, aunque tengan trabajos precarios, puedan leer, ir al cine, nutrirse, emocionarse. Queremos que las salas de los cines se llenen de gente, que se despeguen de la suscripción mensual de las plataformas de streaming, que cada vez son más y más caras. No queremos que la gente tenga que piratear la cultura para acceder a lo que debería ser un derecho. Pero, sinceramente, no lo están poniendo fácil. Y no me refiero a las personas autores o directoras, sino a quienes se lucran de su trabajo: las editoriales, las productoras, los intermediarios. Ya os vale.

Vivimos en plena inflación, y la cultura es una de las afectadas. Hoy tocaba hablar de esto, aunque podríamos hablar también de la cesta de la compra... pero para otro día. La cultura es la que nos hace libres, lo que nos construye como personas. La clase trabajadora también tenemos derecho a emocionarnos con una película en una gran pantalla, a llenar nuestras estanterías de libros, a cantar a pleno pulmón las canciones que más nos gustan en mitad de un concierto. Porque la cultura es lo que nos permite imaginar y soñar un mundo distinto.

Y si nos la arrebatan, nos están quitando algo más que el ocio: nos están quitando la igualdad.
Porque sin cultura popular no hay conciencia colectiva.
Y sin conciencia colectiva, no hay cambio posible.

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